En el día de ayer, el General Ibérico Saint Jean falleció en el
Hospital Militar Central para tristeza de los que hubieran gustado verlo
escarnecido con una sentencia ominosa y para los que lo querían bien.
La muerte nunca es
motivo de alegría en un ser valioso pero el General Saint Jean ya no era el
férreo Gobernador de la Provincia de Buenos Aires que respondió con firmeza al
terror de los mesiánicos, que nos querían esclavizar y enseñar a vivir.
El General era un
hombre anciano de 90 años, padre, abuelo, esposo. Un hombre que había empezado
a perder sus capacidades mentales y con el que los cobardes se ensañaron,
debido a que no podía defenderse.
No sabemos si el
Juez Rosanski, cruzado de esta batalla demente, alcahuete del Poder, libertador
de narcotraficantes persiguió a Saint Jean cuando era un General en funciones en lugar de un indefenso anciano.
Esta Nación nunca
será digna de un futuro promisorio si
actúa con cobardía, con oportunismo y crueldad.
Podríamos atender
las razones de los que lo combatieron de frente, con riesgo personal, por
valores superiores si es que los
tuvieron. El ataque artero a un anciano indefenso no se llama justicia, ni
patriotismo, ni moral. Tiene muchos otros nombres.
Nos queda el
ejemplo de sus hijos, que pelearon por este hombre con el valor y el amor que
fundan naciones. Quien produce hijos como los del General Saint Jean puede
llamarse Patriarca de la Nación.
Sólo los valores morales salvarán esta Patria, no la militancia ni
la repetición de cánticos facciosos, ni el enriquecimiento ilícito a costa del
erario público.
El General Saint Jean creía en lo que hacía. No soy yo quien puede
decir si tenía razón pero él creía que lo que hacía era lo correcto.
De hecho, él y sus camaradas salvaron a la Patria durante un
tiempo.
Ahora es nuestro turno.
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