Los que bobaliconamente hoy, censuran al Proceso de Reorganización Nacional con el epíteto genérico y multiusos de “dictadura”, marchan por la vereda de SADAIC como Manuelita hacia Paris, para embellecerse.
No olvidan pero soslayan que aunque la poetisa (en este país de presidentas y ministras, me he hartado de oír que la llamen poeta) fue crítica hacia el “Proceso” por su férrea censura, por otro lado, defendió el accionar de las Fuerzas Armadas en su lucha contra el terrorismo marxista de los años setenta.
El 16 de agosto de 1979 la poetisa publicó en el diario Clarín, el artículo “Desventuras en el País-Jardín-de-Infantes” quejándose, precisamente, de esa censura.
Su crítica apuntaba a la falta de libertad artística, no al derecho de la sociedad a defenderse de la agresión armada de ejércitos irregulares.
Todavía en pleno gobierno militar, cuando muchos de los que hoy se llenan la boca (y los bolsillos) censurando a la “dictadura” eran dóciles colaboracionistas que agachaban la cabeza ante el Poder, la poetisa no tuvo remilgos en cantarles las cuarenta.
Sin embargo, una cosa reconocía, el valor de la lucha de las Fuerzas Armadas contra el terrorismo.
No era éste un reconocimiento mendaz ni cobarde. Vale doble viniendo de la poetisa, en plena irrupción crítica.
Vale doble porque fue la opinión de una testigo mordaz y hostil.
“...Que las autoridades hayan librado una dura guerra contra la subversión y procuren mantener la paz social son hechos unánimemente reconocidos. No sería justo erigirnos a nuestra vez en censores de una tarea que sabemos intrincada y de la que somos beneficiarios. Pero eso ya no justifica que a los honrados sobrevivientes del caos se nos encierre en una escuela de monjas preconciliares, amenazados de caer en penitencia en cualquier momento y sin saber bien por qué...”
“...Quienes desempeñan la peliaguda misión de gobernarnos, así como desterraron —y agradecemos— aquellas metralletas que nos apuntaban por doquier en razón de bien atendibles medidas de seguridad, deberían aliviar ya la cuarentena que siguen aplicando sobre la madurez de un pueblo (¿se acuerdan del Mundial?) con el pretexto de que la libertad lo sumiría en el libertinaje, la insurrección armada o el marxismo frenético...”
No se si aflojar la cuarentena fue el producto de esta sociedad boquifloja, altanera, ingrata, estúpida, dos veces estúpida y autodestructiva. Lo que se es que no había otro camino, algún día había que dejar el Jardín de Infantes, para bien o para mal.
Luego de eliminar el peligro, la cuarentena se fue disipando, demasiado lentamente –como es de esperar- para una artista.
Lentamente como el paso de Manuelita, que fue a Paris a embellecerse y volvió caminando tan lentamente, que para cuando volvió a Pehuajó ya estaba vieja otra vez.
Una cáustica fábula de la Argentina que emprendió en la década de los setenta un camino duro, largo y penoso para terminar volviendo igual, al mismo lugar.