martes, octubre 16, 2012

ALAS DE LIBERTAD.

Por Andrea Palomas Alarcón


Caminando por el centro de la Ciudad de Buenos Aires o algunas capitales de provincia es  posible divisar edificios de proporciones monumentales. Construidos en otras épocas por quienes nos precedieron en la vida de la Nación nos preguntamos, ¿quiénes fueron esos hombres? ¿Qué los alentó a invertir en esta Nación?  
El Correo Central, el Congreso Nacional, las oficinas que abrigaban Yacimientos Petrolíferos Fiscales, las maravillosas Bibliotecas, el Palacio de Justicia, el Teatro Colón, las Iglesias, Catedrales y Basílicas. Hasta edificios particulares de oficinas o viviendas recuerdan un pasado más ilustre.
El caminante puede imaginar que los techos altos, las dimensiones formidables, macizas, los materiales nobles, los exquisitos detalles artísticos en los que el artesano se detuvo, fueron  construidos por y para gigantes, tal vez de una raza de titanes extinguida por algún cataclismo electoral. Dimensiones que acomodaban su anatomía ciclópea y abrigaban un estilo de vida desaparecido.
De esos colosos sólo nos quedan sus edificios, como prueba arqueológica de que alguna vez existieron, ahora invadidos por enanos okupas, que ingresaron por  tuberías y  desagües, por sus ventanas herrumbradas que no cierran, chirriantes frente al viento de los tiempos.
Edificios que hoy no podrían ser construidos por las mentes diminutas de los gnomos  que se adueñaron del espacio. Enanos, que todos los días horadan las obras de arte, dividiendo áreas, fabricando suboficinas de cartón o durlock,  fijando insolentes cartelitos de “no fumar” sobre los frescos, destruyendo la estética  con vengativo placer en beneficio de un eclecticismo demagogo. Enanos furibundos que realizan agujeros en sus mármoles desde donde cuelgan piolines para mecerse con grotesca alegría; se abrigan por las noches con sus libros de gigantescas páginas con gigantescas palabras que no comprenden como Libertad y República; idiomas desconocidos que han sido olvidados para siempre.



Uno de estos edificios fue construido por los gigantes para navegar por el mundo; para llevar ese indómito lenguaje de libertad que asentía con sus velas al viento como alas y  más parecía haber sido hecho para  volar que para ir sobre el agua.
La Fragata Libertad fue uno de los símbolos de una República Argentina que desapareció. Ella nos recordaba con sus velas como látigos al viento, como brazos que llaman “aquí”, la herida de lo que fuimos y no volveremos a ser.
Tal vez es mejor que nuestros enanos la hayan perdido en una mesa de apuestas,  hijos ociosos jugándose la herencia de sus antepasados.
Las alas de la Fragata Libertad nos decían que era única en su especie en el mundo y que era argentina, de la República Argentina. Nos daba el coraje para seguir creyendo en nuestro país porque si nuestro pasado fue insigne, nuestro futuro debía ser promisorio.
Es menos doloroso haberla perdido que permitir que sus alas de libertad nos recuerden todos los días que nos hemos dejado ganar por los enanos y no hemos sabido devolverlos a las alcantarillas, a donde pertenecen.

No hay comentarios.: