Escrito el 21 de diciembre de 2010
Llegó el día...cerca de la Nochebuena, la lectura de la parte resolutiva del juicio ABO.
La esperanza se vio frustrada, todos fueron condenados, todos menos uno.
Llegamos algunos de los miembros de la Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia cerca de las 17. Ayer nos avisaron que se retrasaba la lectura para las 19 hs.
No nos dejaban pasar. Se había montado un escenario gigante sobre la calle Comodoro Py para lo que iba a ser el festejo de las sentencias. Alguien ya sabía que habría condenas desde el momento en que apostó decenas de miles de pesos en el alquiler de un escenario, equipo de música, etc. etc. etc.
La fauna estable de los “derechos humanos” dijo presente.
Los que quisimos estar en el tribunal nos vimos frustrados: había que acreditarse. Cuando uno se iba a acreditar al juzgado le tomaban el documento, la declaración sobre qué parte venía y, luego, desaparecían. Al rato volvían con la respuesta “no está acreditada”-
- “No, no estoy acreditada...vengo a acreditarme”
- “Es que ya no quedan lugares libres, la gente se vino a acreditar desde temprano”.
- “Yo vine ayer a mediodía a preguntarles qué era lo que había que hacer y no me dijeron nada de venir temprano a acreditarme”.
- “Le pido mil disculpas, doctora (me identifiqué con la credencial), es que no hay más lugar, está todo reservado”.
- “Todo reservado por quién?! Por la querella?! Yo vengo por la defensa, cuánta gente hay acreditada por la defensa?
- Le pido mil disculpas. Está todo reservado.
Era inútil. No había más que unos cincuenta lugares para la defensa, el resto era oficialismo.
Esperamos en el hall de entradas. Tenían más suerte en el ingreso, espantajos a los que les allanaban el camino. Pelos largos, canosos, desprolijos. Viejos hippies fracasados que, por revancha, juegan con el país como un niño con sus trenes, haciéndolos chocar; viejos que no tuvieron infancia y nosotros pagamos por ello. Ellos sí tenían permiso para pasar. Barbas, sucias, desprolijas, chancletas, gorros de lana verde, amarillo, rojo que quemaban de calor sólo de verlos. Banderas gigantescas de La Campora; pañueludas tiesas como pararrayos, moviéndose lentamente. Con un pie en la tumba pero, todavía, destilando veneno.
No estábamos en las listas de “acreditación” pero tampoco otros tantos acomodados que pasaban.
Llegaron algunas esposas de militares que venían a apoyar a
los familiares de policías, servicio penitenciario y prefectura.
Una organizadora que parecía tener influencias, dejó pasar a dos personas delante de nosotros.
El Dr. E. P. Z., le recriminó “esos no están acreditados pero pasan...”.
Se disculpó: “gente que estaba acreditada llamó para decir que no venía y les cedían sus lugares”.
Inverosímil como toda la parodia de juicio.
E. le dijo socarronamente “sólo quiero que mañana, cuando te peines y te mires al espejo, te acuerdes de que hay un abogado que sabe quién sos”.
Fingió indignarse: –“Si me va a hablar así no le contesto, ya le dije que no hay lugar”. Se fue molesta. Volvió.
-Cuántos son los que quieren entrar?
En ese momento y lugar, éramos cuatro.
- Sólo pueden entrar dos y sentarse en la escalera pero no digan nada porque me matan...
Nos sentó en asientos muy cómodos junto a los familiares de los procesados. Más tarde entró el resto de los que fuimos a apoyar a los procesados: socios de Justicia y Concordia, familiares de militares, amigos.
Blanca Avena estaba eufórica, es la hermana del Prefecto Juan Carlos Avena quién estuvo enfermo la mayor parte del tiempo en que ocurrieron los acontecimientos que se juzgaban. Le habían pegado un tiro y estuvo todo el tiempo internado. Blanca estaba convencida de que esa noche su hermano cenaba con ella, libre.
No había manera de hacerle entender que todo era político, que no importaba que su hermano no hubiera estado en el lugar de los supuestos delitos, que las leyes de la física no rigen para los mal llamados Organismos de Derechos Humanos. Para ellos es posible que alguien esté en dos lugares al mismo tiempo.
Una por una, las esperanzas se fueron apagando como velas frente a una tormenta.
Fue doloroso ver a los más jóvenes, los hijos, como la hija del comisario Uballes, quién rompió en una crisis de temblor y llanto, en absoluto silencio. Era un dolor digno.
Todos fueron condenados: Avena; Kalinec; Donocik; Uballes; Miara; González; Rolón; Simón; Rozas; Cardozo; Pereyra Apestegui; Del Pino. Todos ellos a prisión perpetua, inhabilitación absoluta y perpetua, accesorias y costas.
Taddei; Tepedino; Gomez Arenas, a 25 años, inhabilitación absoluta y perpetua, accesorias y costas.
Sólo Falcón fue absuelto y liberado en el momento.
Como toque de humor Simón torturó al tribunal, todo el tiempo, con sus reiterados reclamos de ir al baño. Dos veces en el transcurso de dos horas, hasta tres.
En medio de la lectura de su sentencia pidió nuevamente permiso para ir al baño. La Dra. Garrigos se lo negó. “No puede ir al baño ahora”.
Simón se retorcía, ponía cara de dolor, de incomodidad. El tribunal tuvo que hacer un cuarto intermedio.
Los jueces desaparecieron luego de la lectura.
Los que íbamos por la defensa cantamos el Himno. Alguien le gritó a los miembros del tribunal que la política es pendular.
Alguien (yo) les gritó a los jueces que eran unos corruptos y unos prevaricadores.
Los presos políticos parecían felices de vernos apoyarlos. Realmente terminamos siendo muchos los que entramos al tribunal.
La policía se preocupó por hacernos salir separados de la querella.
Afuera la “fiesta”, un escenario grotesco que escondía el rencor tras la fingida alegría. Una chica, sobre el escenario, lanzaba con su voz notas al aire, esperando embocar –sin éxito- alguna.
La nueva edición de la “Juventud Maravillosa” tomaba cerveza, alcohol en petacas, se caía por el suelo, dormía la mona. Una de las esposas de militares se ofreció a llevarme a casa, era tarde. Tuvimos que pasar en medio de la manifestación. Ni siquiera nos notaron.
No olvidar el nombre de los jueces: Jorge Alberto Tassara, Ana María ND’Alessio y María Laura Garrigós dirigieron este circo de tres pistas. Vergüenza para la Justicia Argentina.