jueves, febrero 14, 2013

FRENTE AL FRACASO MORAL


BORIS GONZÁLEZ ARENAS, AUTOR

Boris González Arenas, autor
La Habana, Cuba

Contamos con poco los que en la sociedad aterrada levantamos la vista. Algunos amigos, una hermana, el hijo o el padre, un puñado de orgullos, un buche de estima. También contamos con la dignidad anónima, la de un vecino o un colega que sin aspaviento niega su concurso a los encargados de la persecución. Poco más si acaso. No hay leyes que nos protejan -en ninguna parte de la constitución vigente aparece alguna consideración respetuosa hacia nosotros-, lazos filiales que nos aúnen, grupos humanos que nos exalten. No podemos contar con los obreros, con los artistas, con los intelectuales, con los campesinos, con los militares, con los técnicos; en la sociedad aterrada nada es lo que su nombre indica. De cualquier colectivo social saldrá el que alimenta la calumnia, la que otorgará callando, el que aconsejará el espanto, los que anhelan en silencio ver doblegarse a la osadía. Hablan desde el redil y sus consejos se asemejan a los de los amigos que piden prudencia por temor a nuestra suerte. Pero sus motivaciones son diferentes.
Las consecuencias del orgullo no son pocas, la cobardía se confunde con la ojeriza y el sujeto diferenciado se convierte en loco por expresar sus ideas con claridad, irresponsable por actuar sin considerar las prohibiciones que el estado criminal dispone, ingenuo por no aceptar medir las consecuencias de sus actos.
La sociedad del redil no se siente maculada lo suficiente por necesitar, para comer, la carne robada a los enfermos, los medicamentos substraídos de una farmacia; tampoco le imputa mudarse para la casa confiscada a la familia perseguida, aprovecharse de los bienes dejados a la zaga por el que huye del país, taparse con las sábanas robadas del hotel ni limpiarse el trasero con la materia prima del papel inalcanzable para un salario medio. Sin embargo no puede tolerar, y ahí tales enclenques se yerguen cual tribunos, que el individuo soberano reciba honorarios por publicar sus cavilaciones, premios por insistir hasta el honor en la dignidad de la autoridad personal; el reconocimiento infinito de quienes, desde un mundo democrático, asisten azorados a lo que pueden ser los últimos gritos de nuestras entrañas.
Es demasiado encono y nuestros cuerpos lo sienten, pero no se levanta la mirada para volver con la cabeza gacha; por el contrario, la rara anatomía moral decide que la vista alta vigorice los miembros, exalte los sentidos y permita escuchar, sobre los alaridos que llegan de las vallas, el roce del sol con el espacio, las luces primeras del amanecer.
Boris González Arenas
Martes 12 de febrero de 2013

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