La foto es del casamiento de mis padres; imagen de alegrías pasadas pero no olvidadas ni perdidas. Algunos de los de la foto ya no están. Uno, el comisario Pavón, fue asesinado por los que construían un mundo mejor matando buena gente; imponiendo una utopía por las armas.
Imponer la utopía comunista por medio de la fuerza fue un fracaso tan extenso y profundo que hoy sus cultores dicen haber renunciado al método. Claro, siempre quedan dinosaurios como Maduro y Castro pero ya lo admitió Gorriarán Merlo: la Tablada fue el último tren de la historia.
Los otrora revolucionarios comunistas habrían abandonado la idea de cambiar la realidad por medio de la fuerza al punto en que hoy, a duras penas, esperan cambiar algo de la realidad. En su lugar se contentan con modificar su reflejo.
UN HONDO FRACASO
En medio entre Marx y Antonio Gramsci está el reconocimiento de un hondo fracaso. La realidad arisca tiene sus propias reglas que a los marxistas les han sido tozudamente esquivas. Pero ni marxistas ni gramscianos han desechado la utopía comunista que es en sí el verdadero fraude. No cambian de fracaso, cambian de método para llegar a él.
El gramscismo, desde los arcones polvorientos del olvido, se vistió de gala y vino a reclamar su turno en la historia. El cientifismo marxista le cedió su lugar a la magia; premio consuelo que como en el vudú, basta pinchar un muñeco para dañar a la persona. Modificar su reflejo para cambiar la realidad.
No es de lo peor que han emprendido. Hacer la revolución dominando los medios de comunicación, la cultura, el arte, el periodismo, la educación, dibujando y desdibujando el reflejo para modificar la realidad no es de lo más exótico que se les ha ocurrido.
El gramscismo es, de alguna manera, una hipótesis psicológica de profecía autocumplida. Creer para hacer creer… para crear. Las ametralladoras dejan su lugar a otra violencia: la psicológica. Enunciar, divulgar, imponer una idea. En la última etapa de construcción del relato: censurar al que piensa distinto como antisocial, enfermo mental o agente cipayo; exclusión del sistema; alienación; esquizofrenia del que debe seguir dentro del sistema; confesión y admisión de errores de los excluidos que deseen reingresar. Siempre violencia, siempre imposición, nunca persuasión o intercambio de ideas porque el mal está en el fin, no siempre en el camino.
Y pese a lo original no resulta. No hay nada más contumaz que un hecho; se impone tan prescindentemente de su relato que lo niega y lo ofende. No alcanza con proclamar: “la inseguridad es una sensación” para que la inseguridad obediente se esfume. Abracadabra… y la inseguridad no desaparece. La magia no funciona, está rota. Se cree en el espejismo pero el desierto no se borra. Perseveran; ponen fe; parecen locos. Prefieren pasar por locos que admitir otro fracaso.
La realidad dura, el hecho concreto que rechaza fajas y afeites es que por donde pasa el marxismo sólo deja devastación y muerte: países arrasados como el camino de la langosta. Tarde o temprano la construcción fantástica se desmorona pero a un precio muy alto de destrucción y vidas. Vidas trituradas por los engranajes irremediables de la historia.
LA FOTO COMO REFLEJO DE LA REALIDAD.
El candombe kirchnerista “Nunca Menos” decía que venían a arruinarnos la foto: “Arruinándoles la foto a los que no vuelven más”. Pero la foto sigue intacta.
Hoy, 29 de marzo de 2014, se cumplen 38 años desde que el comisario Guillermo Ernesto Pavón –el quinto de izquierda a derecha en la foto- fue asesinado por el ERP.
Muchos han querido modificar la foto como reflejo de una realidad que no conviene, haciendo desaparecer a las víctimas del terrorismo porque molestan, son incómodas, proclaman a gritos que los “jóvenes idealistas” mataban al azar con crueldad e indiferencia.
Los mataron con fusil y ahora quieren matar su recuerdo, como si nunca hubieran existido. Abracadabra!
LA FOTO Y LA MEMORIA.
El comisario Guillermo Ernesto Pavón fue amigo de mi padre, fue un hombre recto e íntegro hasta el último momento de su vida. Dejó una esposa viuda y un hijo pequeño huérfano. Lo vemos feliz en la foto porque asistía al casamiento de su mejor amigo, mi papá. La foto sigue igual, idéntica, ni siquiera la ha modificado el sabor amargo de saber que uno de los invitados fue asesinado y que su crimen continúa impune. No nos han arruinado la foto ni lo harán y si algún día se rompiera o se quemara, seguiría existiendo en la foto de nuestro corazón.
Las víctimas del terrorismo viven en todos los que de alguna forma fuimos tocados por sus santas existencias, los que los conocimos y los que conocimos a los que los conocieron y amaron. Nunca podrán borrarlos de la realidad, nunca podrán convencernos de que no existieron. Eran buena gente, gente feliz que no le hacía mal a nadie, que se casaba y cuidaba de sus hijos, que trabajaba y luchaba por su existencia, la de su familia y la de su país. Un país que tenía menos pobreza y exclusión que el de hoy, menos analfabetismo, menos corrupción, menos jóvenes “ni-ni”. Era un país mejor y aun así los mataron.
En Argentina hay 17.387 víctimas del terrorismo que no son reconocidas por el Estado. Los que no nos olvidamos de la foto queremos saber quiénes los mataron, queremos saber por qué, queremos que los asesinos vayan presos, queremos saber quiénes financiaron esta aventura y queremos que el Estado nos lo diga. Que investigue si detrás de estos crímenes se esconden países extranjeros como Cuba o la Unión Soviética. Queremos que nos expliquen si nuestro país fue atacado por potencias extranjeras sin una declaración previa de guerra. Conocemos la verdad pero queremos que se reconozca oficialmente.
El 24 de marzo pasado presenciamos el festival obsceno de la mediamemoria. Los que no nos olvidamos de la foto, queremos que alguna vez, en nuestra querida Patria, se instituya oficialmente el día de la memoria completa.
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