"...La reciente transición democrática había creado un vacío de poder que favorecía la creatividad; pedí hablar inmediatamente con el director del penal y le manifesté el interés de la "UBA" en participar del sistema educativo del SPF (que en Devoto contaba únicamente con un oficial para ayudar a unos pocos presos a estudiar algunas materias de la primaria o la secundaria, no me acuerdo bien).
Mi frase feliz fue: "la UBA se pone a disposición para ayudar en el trabajo de resocialización del SPF". El director aceptó con rapidez, quería colaborar con la democracia "evidentemente". Me dio entrada libre al presidio, igual que a los abogados; los guardias nunca me revisaron. Así fue que di clases durante un semestre por mi cuenta y sacrificio. Al final del semestre les tomé examen, que aprobaron con un rendimiento razonable...Para esta aventura (que aún sobrevive) tuve el apoyo inmediato de la coordinación del CBC, que al final del semestre llevó una propuesta a la rectoría para que asumiera institucionalmente el trabajo en las cárceles, lo cual fue hecho. Quedó claro para mí que sólo podría haberse logrado de esa manera, ya que aun después de aprobado el proyecto no pocas autoridades de la UBA insistían en su rechazo a un proyecto educativo que contaba entres sus alumnos a personas como Sergio Schoklender o Mario Firmenich. Hubo también profesores que se sintieron "engañados" y salieron disparando del programa al descubrir que se habían enamorado de la inteligencia de internos con pasaje por los servicios de inteligencia de la dictadura. Fui el vicecoordinador de ese programa hasta mi regreso a Brasil en 1989. Junto con la coordinadora enfrentamos esas oposiciones como prejuicios, como algo que no tenía cabida dentro del estado de derecho. Nadie puede ser condenado más de una vez por el mismo delito, ése es un principio básico del derecho en cualquier país del mundo. Si la UBA quería impedir que algún condenado estudiara, lo estaría condenando dos veces. Sin contar que si los derechos son universales no se pueden otorgar a un condenado y negar a otro. Siempre defendimos el derecho al estudio universitario dentro de la cárcel como un derecho sin distinción de condena ni de ideología. Los derechos humanos no pueden ser atribuidos sólo a aquellos que piensan como nosotros, eso sería hacer lo mismo que hizo la dictadura, argumentaba yo en ese época. Y una línea más foucaultiana agregaba que en la cárcel no existen ideologías, existen presos. Gracias a UBA XXII las prisiones federales de nuestro país fueron un ejemplo a seguir en todo el mundo. Lamentablemente esa trayectoria fue manchada cuando el consejo universitario de la UBA, en 2012, prohibió por unanimidad a los militares presos por crímenes cometidos durante la dictadura que estudiaran dentro de la cárcel, basándose en el paradójico argumento de que quienes violan los derechos humanos no tienen los mismos derechos que el resto."
Hector Ricardo Leis.
MEMORIAS EN FUGA
Una catarsis del pasado para sanar el presente.
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