Son las doce y el viento caliente
te sofoca.
¿Es el viento?
Vas a cumplir tu negra misión,
con otros dos lobos… y una mujer.
En cuclillas, apenas te sostienes
en la carrocería de la Ford destartalada,
mientras vuela sobre cunetas desparejas,
las vías del Tranvía sempiterno,
y el empedrado entrañable de Emilio Mitre,
en Caballito…
Sabes que no serás el mismo,
después de hoy;
y lo sabes… con la certeza de quien ya lo ha vivido.
Es extraño…
¿No será un sueño?
Repasas la rutina,
el odiado uniforme azul en la ochava, la señal…
el salto,
el rictus de odio,
el crimen que para siempre te apartará de lo humano.
¡Todo parece tan irreal y tan inevitable!
¿Qué pensará ese muchacho policía?
Seguramente en su progreso,
en el aparente milagro de haber podido salir
de sus quebrachales…
para vestir ese uniforme azul de la Patria en esa esquina.
¿Pensará en su mujercita,
que lo espera en una barriada humilde y feliz,
posiblemente Ciudad Evita?
¿Pensará en el bebe que presumiblemente ella espera?
Frena ahora sobre los adoquines,
el vehículo que trae la muerte…
y esos hombres… y tú… y la mujer,
saltan.
Los ojos del sorprendido muchacho
se niegan a creer lo que su corazón ya ha comprendido.
El primer disparo lo muerde en el hombro
y ahora su PAM cuelga, inútil…
Intenta detener lo inevitable y llama a su madre
mientras su mano izquierda quiere empuñar el arma
que cuelga tan lejana…
Sabe ya que no conocerá a su hijo…
Quiere gritar “¡Viva la patria!, pero ya la mujer está sobre él…
Los ojos de ella son dos pozos de oscuridad y ruge o ladra sus insultos…
Diez moscardones de plomo destrozan el grito
en el pecho valiente del muchacho.
Gira y quiere abrazar la ochava de mármol mientras un rayo de sol se cuela entre las hojas de los plátanos,
y se mete en su ojo muerto,
que sólo hace un instante estaba lleno de amor… y sueños.
Miras, resignado, Juan Gelman.
La Revolución requiere de estos actos.
El estruendo del disparo en la nuca del muchacho
te arranca de tu ensoñación.
Los lobos mascullan un insulto, levantan la PAM ensangrentada
y te la arrojan…
Se pegotea tu mano en el acero…
“Es la sangre de mi hermano” (piensas)….
Lo miras por última vez.
En tu mirada….
se reflejará esa muerte mientras vivas.
Numerosos y pequeños ríos rojos
corren ahora por el cuadriculado de las baldosas,
hacia el cordón de granito gris… y la alcantarilla.
Misión Cumplida.
¡Viva la Revolución!
Pero, tú, Juan Gelman,
sabes… o intuyes…
que en otra vida, en otra conjunción del tiempo y las estrellas…
en otro día como éste…
tu serás quien vista ese uniforme azul, en esa esquina de Buenos Aires.
Sergio Antonio Graziano
Estancia Carreri Malal
Diciembre 2007
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