domingo, diciembre 15, 2013

LA DESQUICIADA


                                                                                         sábado, 14 de diciembre de 2013


LA FIESTA IMPERDONABLE


Todavía algunos de los doce argentinos muertos, no habían sido sepultados, y la presidente ya bailaba…

Todavía en algunos sitios de Tucumán, Chaco y Salta seguían los saqueos y la furia, mientras miles de compatriotas a lo largo del país, lloraban sobre las ruinas de sus casas, o de sus negocios, o de los que fueron sus lugares de trabajo, la presidente y sus secuaces festejaban…


En una suerte de estremecedora evidencia de un cinismo que va más allá de las palabras, al frente de doce ataúdes, que visiblemente les importaban nada, un tipo cantaba aquello de “que la muerte no me sea indiferente” y todos parecían festejar.

Pero si esos ataúdes, que tenían ahí nomás, delante de sus narices, significaban tan poco, ¿cuál sería esa extraña muerte capaz de inquietarlos?

Porque muertes y tragedias evitables suceden a cada momento en nuestro país y a ellos no se les mueve un pelo.

Parece que había que celebrar la democracia y es por todos sabido, que esa democrática fiesta, está claramente por encima del dolor de la gente y del oscurecido cielo de la patria.

Ahora bien, es indiscutible que la alegría, que presupone la fiesta, es una manifestación del amor y por eso, es oportuno una vez más recordar el comentario que hace Josep Pieper: “Quien no ama a nada, ni a nadie, no puede alegrarse, por muy desesperadamente que vaya tras ello”.

Y por ahí nos parece que va la cosa, en realidad ayer hemos visto abundante desesperación, ninguna fiesta, menos alegría, nada de amor.

Después de ese penoso y tristísimo espectáculo que duda puede haber acerca del estado psíquico de una persona que baila, canta, y ríe sobre las tumbas recién abiertas de una docena de argentinos, con el absurdo agravante que fue el estado que ella preside, el único responsable de ese desmadre trágico.

Por eso, si se quiere hasta piadosamente, preferimos llamarla La Desquiciada,porque creemos que ya no distingue lo real de las fábulas que ella misma inventó.

De no ser así, de no estar intensamente desquiciada, habría que pensar en otras categorías morales y aún en nuevas palabras, lo suficientemente ruines, como para poder describir a un ser que alardea y envanece con las menos humanas de sus perversiones.

Miguel De Lorenzo

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