lunes, octubre 14, 2013

IN MEMORIAM: CARLOS MANUEL ACUÑA (1937-2013)

Desde que lo supe esta mañana una angustia indescriptible me aprisiona el pecho. No voy a alardear de una amistad que me hubiera honrado pero que no tuve: para mi era alguien inalcanzable. Un maestro que de todas formas me deparaba el trato de igual.
Lejos estuve siempre de mirar a Carlos Manuel Acuña como a un igual; para mi fue y será un gigante del periodismo.
Lo conocí a través del diario LA PRENSA (el histórico, no el que después arruinó Amalita) porque mi padre leía sus artículos con puntualidad religiosa. Su nombre en letras de molde en la página central de LA PRENSA lo convertía -a mis ojos- en un ser de leyenda.
La vida me llevó a escribir, alguna vez, en ese mismo  diario y recorrer los mismos círculos.
Tengo todos sus libros, aun los agotados, los que atesoro como reliquias del pensamiento que se pretende hacer desaparecer.
Su pluma filosa y su humor inesperado enmarcaron una información de primera línea que descorría el velo de lo que tanto se quiere ocultar, de ayer y de hoy.
Todos sabíamos que no era un periodista cualquiera, que sus fuentes múltiples y disimiles a veces provenían de los servicios de inteligencia y hasta del gobierno. 
Sin embargo, el resto del periodismo (¿el tradicional?) lo ignoraba, con esa contumacia de lo que se quiere borrar del mapa. Miraban de reojo sus artículos y levantaban sus primicias sin reconocerle los créditos, como lo hicieron con la historia del “Vatayón” militante y los “Negros de mierda” que llegó a la opinión pública gracias a él.
Clarín y La Nación explotaron esa noticia hasta el hartazgo pero nunca dijeron que surgió de un artículo de Acuña en El Informador Público, en junio de 2012.

A veces sería mejor que a uno lo ignoren realmente, no de mentirilla, pero a Carlos Manuel Acuña era imposible. Sus artículos estaban signados por el pensamiento políticamente incorrecto y, encima, bien documentados. Razón de sobra para pretender que no existía y para desearle algo más que el ostracismo. Y no hablo sólo de colegas celosos.
Llevaba siempre consigo un arma que tuvo que utilizar cuando alguna vez quisieron intimidarlo en un camino apartado, cerca de su casa de campo.
Nada hubiera apartado a “Carlos Manuel” –como se hacía llamar- de su cruzada por la verdad histórica. El terrorismo se había llevado la vida de un hermano que militó en Montoneros y fue fusilado cuando intentaba dejar la “orga”.
Su salud hace mucho nos preparaba para este disgusto, alguna vez le doné sangre porque compartíamos un grupo poco frecuente que él atribuía a los españoles del sur.
Sin embargo el golpe fue tremendo, como cuando murió Solari. Nos dejó con esa sensación de orfandad y de que todavía tenía mucho para dar; nos pasó la posta antes de tiempo seguros de no llenar bien sus zapatos.
¡¿Por qué los imprescindibles se van y los miserables se multiplican?!
Nos quedan sus libros, sus escritos, sus papeles desordenados que esperamos que su familia preserve como archivo de una historia de dolor y de muerte que debe ser reconstruida. Memoria completa.
Sus últimas tristezas fueron para los presos políticos: en la presentación de su último libro “Los Traidores” estuvo más pendiente de los traslados a Marcos Paz que de la repercusión de su obra.
Fue un visionario, veía debajo del agua. Mientras los demás acusábamos ideologías materialistas y raras geopolíticas mundiales él sabía que todo era producto de sentimientos básicos del hombre: “el odio”. Su obra más importante “Por amor al odio” nos lo dijo a gritos hace muchas décadas, cuando sus protagonistas todavía hablaban de un mundo mejor construido a través de la violencia.

Miro tu número en mi celular que no me comunica a ninguna parte, ya no hay con quien consultar sobre esto o aquello, ahora estamos por nuestra cuenta.
Adiós querido Carlos Manuel, ayudanos desde arriba como hiciste aquí, la lucha siempre fue desigual pero te teníamos a vos para guiarnos.




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