Desde que lo supe esta
mañana una angustia indescriptible me aprisiona el pecho. No voy a alardear de
una amistad que me hubiera honrado pero que no tuve: para mi era alguien
inalcanzable. Un maestro que de todas formas me deparaba el trato de igual.
Lejos estuve siempre de
mirar a Carlos Manuel Acuña como a un igual; para mi fue y será un gigante del
periodismo.
Lo conocí a través del
diario LA PRENSA (el histórico, no el que después arruinó Amalita) porque mi
padre leía sus artículos con puntualidad religiosa. Su nombre en letras de
molde en la página central de LA PRENSA lo convertía -a mis ojos- en un ser de
leyenda.
La vida me llevó a
escribir, alguna vez, en ese mismo diario y recorrer los mismos círculos.
Tengo todos sus libros,
aun los agotados, los que atesoro como reliquias del pensamiento que se
pretende hacer desaparecer.
Su pluma filosa y su
humor inesperado enmarcaron una información de primera línea que descorría el
velo de lo que tanto se quiere ocultar, de ayer y de hoy.
Todos sabíamos que no era
un periodista cualquiera, que sus fuentes múltiples y disimiles a veces
provenían de los servicios de inteligencia y hasta del gobierno.
Sin embargo, el resto del
periodismo (¿el tradicional?) lo ignoraba, con esa contumacia de lo que se
quiere borrar del mapa. Miraban de reojo sus artículos y levantaban sus
primicias sin reconocerle los créditos, como lo hicieron con la historia del
“Vatayón” militante y los “Negros de mierda” que llegó a la opinión pública
gracias a él.
Clarín y La Nación
explotaron esa noticia hasta el hartazgo pero nunca dijeron que surgió de un
artículo de Acuña en El Informador Público, en junio de 2012.
A veces sería mejor que a
uno lo ignoren realmente, no de mentirilla, pero a Carlos Manuel Acuña era
imposible. Sus artículos estaban signados por el pensamiento políticamente
incorrecto y, encima, bien documentados. Razón de sobra para pretender que no
existía y para desearle algo más que el ostracismo. Y no hablo sólo de colegas
celosos.
Llevaba siempre consigo
un arma que tuvo que utilizar cuando alguna vez quisieron intimidarlo en un
camino apartado, cerca de su casa de campo.
Nada hubiera apartado a
“Carlos Manuel” –como se hacía llamar- de su cruzada por la verdad histórica. El
terrorismo se había llevado la vida de un hermano que militó en Montoneros y
fue fusilado cuando intentaba dejar la “orga”.
Su salud hace mucho nos
preparaba para este disgusto, alguna vez le doné sangre porque compartíamos un
grupo poco frecuente que él atribuía a los españoles del sur.
Sin embargo el golpe fue
tremendo, como cuando murió Solari. Nos dejó con esa sensación de orfandad y de
que todavía tenía mucho para dar; nos pasó la posta antes de tiempo seguros de
no llenar bien sus zapatos.
¡¿Por qué los
imprescindibles se van y los miserables se multiplican?!
Nos quedan sus libros,
sus escritos, sus papeles desordenados que esperamos que su familia preserve
como archivo de una historia de dolor y de muerte que debe ser reconstruida.
Memoria completa.
Sus últimas tristezas
fueron para los presos políticos: en la presentación de su último libro “Los
Traidores” estuvo más pendiente de los traslados a Marcos Paz que de la
repercusión de su obra.
Fue un visionario, veía
debajo del agua. Mientras los demás acusábamos ideologías materialistas y raras
geopolíticas mundiales él sabía que todo era producto de sentimientos básicos
del hombre: “el odio”. Su obra más importante “Por amor al odio” nos lo dijo a
gritos hace muchas décadas, cuando sus protagonistas todavía hablaban de un
mundo mejor construido a través de la violencia.
Miro tu número en mi
celular que no me comunica a ninguna parte, ya no hay con quien consultar sobre
esto o aquello, ahora estamos por nuestra cuenta.
Adiós querido Carlos
Manuel, ayudanos desde arriba como hiciste aquí, la lucha siempre fue desigual
pero te teníamos a vos para guiarnos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario