LA ORANGUTANA SANDRA, EL MONODEMONIO Y SU RELACION CON EL MERCADO DE LA CARNE
Por Andrea Palomas Alarcón
Es que a una la tildan tanto y tantas veces de gorila que le toma cariño al gremio. La orangutana Sandra es sujeto de derechos y la felicito, en un país en donde los niños duermen en la calle, los jubilados molestan y los Presos Políticos carecen de todo derecho, como los esclavos de la antigüedad.
A los 1800 Presos Políticos militares y policías más les valdría pedir traslado al zoológico para que los jueces recuerden que las prisiones son para seguridad y no para castigo.
País torcido que llama chocolate a la mierda y mastica impostando una sonrisa “progre” de sublime satisfacción.
Los jubilados y los Presos Políticos deberían ponerse un disfraz de orangután si quieren ser tenidos en cuenta por esta sociedad perversa, que rechaza a sus congéneres pero se emparenta con criaturas de cromosomas bestiales.
¿Quién sabe? tal vez una prejuzga. Seguramente la oranguana Sandra no habría destruido tanto el país como la sultana de Tolosa. Algún botón se tiene que embocar de vez en cuando, cuando no se tiene tanta mala fe si hasta un reloj descompuesto acierta dos veces al día la hora.
Sólo el ser humano es capaz de tanta maldad; de utilizar a sus ancianos como materia descartable. De riguroso traje y rostro adusto los jueces pesan en la balanza de la Justicia a los Presos Políticos en un platillo, y en el otro los oros y beneficios que reciben por aniquilarlos.
La justicia se ha convertido en un mercado de la carne humana en donde los que pierden el poder se compran y se venden por peso y por cantidad.
La justicia hizo lugar a un hábeas corpus por una orangutana mientras ancianos enfermos agonizan en prisión. En esta década infame hemos visto acusados ser llevados en camilla a los tribunales. Hemos visto pantallas frente a convalecientes en un hospital, pomposamente llamadas “teleconferencias”. Hemos visto que jueces le tomen indagatoria a un viejo general en estado de seminconsciencia, en la terapia intensiva de un hospital. Hemos visto acusados arrastrando con dificultad su tanque de oxígeno, en un carrito con ruedas que se chocaba con su bastón y sus propias piernas lastimadas. Hemos visto a un acusado ser cortado en rebanadas, hasta que se quedó sin piernas, sin que el mal llamado “juicio” se suspendiera un solo día ni dejaran de torturarlo con la pantalla de la teleconferencia frente a su cara. Hemos visto (todos) a un expresidente militar ser llevado a declarar con fractura de coxis, con las costillas fracturadas y con evidente pérdida de memoria ¡SUBIR AL ESTRADO Y DECLARAR! Hemos visto literalmente como se mata en nombre de los Derechos Humanos.
Hemos visto todo en el mercado de la carne humana, por peso y por cantidad, ni siquiera por grado o por responsabilidad. Por peso y por cantidad.
Los jueces como hienas disputándose el botín con otros jueces, despedazándolos, despedazando la Justicia y a las personas. Con un traje sobrio, circunspectos pero chorreando sangre por los colmillos, con las garras manchadas de sangre. Dejando una estela de sangre tras de sí.
Miro a mi país y me esfuerzo por seguir queriéndolo. Esta no es la Argentina que mi padre me enseñó a amar. Esa Argentina ya no existe.
La Navidad se ha convertido en un grupo de insomnes comprando de madrugada cosas que no necesitan. Indiferentes, egoístas, ignorantes de lo que pasa fuera de sus cuatro baldosas.
¿Qué es la Argentina? ¿Qué nos aglutina? Si es más lo que nos separa que lo que nos une.
Nada tengo yo en común con esos chacales de traje que despedazan a la Justicia y a las personas. Menos aun con el periodismo que colabora en la construcción de una realidad imaginaria, reducidos como adolescentes a cien palabras huecas “pipiripipí…dictadura… pipiripipí…represores…pipiripipí…”. Que nadie ose salir de las cien palabras para reclamar memoria completa pues saltarán como zombies “¡teoría de los dos demonios!”
Y así marcha este país a la deriva, con la teoría del monodemonio a cuestas, con un mercado de carne humana que emite sus vapores fétidos sobre todos nosotros, sobre los que hablamos y sobre los que callan, apestando su bandera que alguna vez fue pura y santa y hoy no es más que un trapo sucio.
Entre mis propósitos para el año que se acerca estará el de encontrar motivos para seguir considerándome compatriota de un montón de mercachifles indolentes que compran y venden como única actividad ciudadana.
No será una tarea fácil.
1 comentario:
La fina ironía de la autora pone en evidencia la perversión moral de nuestros jueces: para ellos vale más un orangután preso que un ser humano en igual condición (si éste enfrentó al terrorismo subversivo).
Julio Alfonso Correas
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