El oscuro viento empolvorado de la noche entró por mi ventana. El marco de madera de cedro sobreviviente de los últimos 70 años rechinaba casi al compás de la música de reguetón proveniente del bicitaxi de Agustín. Los minutos que contaba por mi reloj parecían más lentos de lo normal. Cerré del todo la ventana, y el sonido de “mami, dámelo todo” huyó de mis oídos.
Agarré papel y bolígrafo, y con mi inexperta caligrafía comencé a redactar:
Querida Estrellita,
Son ya siete años desde la última vez que te escribí, aunque recuerdo cada una de las palabras que te dije. La vida nos hizo perdedores por haber nacido libres en una sociedad sumisa. Sé que te encuentras bien, ya te falta poco para salir de ahí.
¿Cómo acabó una enfermera siendo jinetera? Llevo días intentando escribirlo, pero mis ideas carecen de sujeción en cuanto a tu persona.
Recuerdo cuando era niño y venías a casa a inyectarme cada día. Ese verano de 1997 me la pasé con la garganta mala y fiebre altísima. ¡Sí que eras buena! Mi abuelo rentaba una habitación aquí. ¿Te acuerdas? Me parece que fue ayer la última vez que te vi entrar y salir de esa habitación. Eras como parte de la familia.
Hasta me acuerdo que el apodo de “Estrellita” te lo inventó aquel americano rubio que no podía pronunciar tu nombre. Yo sabía lo que hacías, lo veía normal. Cada vez que venía un inquilino nuevo me alegraba tu visita, y sabía las cosas que yo “no podía decir”. Desde pequeño mi padre me explicó qué es la prostitución; nací rodeado de ella y crecí asumiendo su naturalidad; como al niño que desde chico le enseñan los colores.
Mi inocencia no fue vulnerada porque al no ser víctima de los tabúes de la sociedad jamás vi de forma negativa tu “labor”. Me regalabas esos caramelos de menta que tanto me gustaban y mis padres no me podían comprar; hasta me ayudabas a hacer la tarea de la escuela los días que mi madre llegaba tarde del trabajo. Gracias a ti me aprendí de memoria la tabla periódica de Mendeleiev.
Ya pasó el tiempo y algo crecí. Hoy entiendo el sacrificio que tenías que hacer para mantener a tu hija y a tus padres ancianos. Hoy comprendo, porque lo vivo en carne propia, que ser un profesional en Cuba es un suicido a tus aspiraciones; y también, soy un joven con la misma frustración de que “hacen falta dólares para poder comprar leche”.
Elegiste un camino, como otros eligieron el de escapar de Cuba arriesgándose a morir en el mar. Aún estás viva, aún eres joven. Deseo de todo corazón que la vida te premie con libertad, aunque yo sé que en tu cabeza eres libre.
Por lo demás, todo sigue igual aquí afuera. Ahora se puede ir a los hoteles y viajar en avión, pero nada importante ha cambiado.
Fuerza y bendiciones,
Yusnabito
Sin volver a leer, doblé mi hoja en cuatro y la metí en un sobre de correos donde anoté:
“Yaimarelys Soto Peñalver, celda #152, Prisión de mujeres del Guatao. Cuba”
http://yusnaby.com/carta-a-una-prostituta-enfermera-cubana/
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