Cuando surgió la inquietud por las consecuencias legales con que las leyes castigarán a las cúpulas kirchneristas por sus transgresiones y personalísimos manejos económicos, las conversaciones con Laclau incluyeron el atajo de la reelección indefinida. Para lograrla, estas reflexiones justificaron, concurrentemente, el uso del dinero obtenido en los negocios para conquistar a los electores mediante los subsidios y una política inversa al ahorro, es decir, favorable a un consumismo cómodo y conquistador de la burguesía. Hubo tropiezos y éxitos. Como lo explicamos hace un tiempo, la primera alarma surgió en oportunidad de la 125, cuando con Néstor todavía presidente, se quiso sojuzgar al campo, que se movilizó de tal modo que logró bloquear en el Senado, a través del vicepresidente Cobos, una norma que abriría un nuevo camino de presiones políticas, negocios y recursos de corto plazo. La maniobra falló y la sorpresa fue mayúscula pues el gobierno, que pasado un año y medio se había acercado al 50 por ciento de los votos, estuvo a un paso de quebrarse. Alberto Fernández fue testigo de la trompada que le propinó Néstor Carlos a su mujer cuando se habló de renuncias y tal vez ese hecho fue el inicio del proceso que llevó a este íntimo colaborador a alejarse y actuar hoy como un opositor con aspiraciones a futuro.
El tropiezo no fue evaluado en toda su importancia -tampoco lo hizo el campo, hay que decirlo- y luego sobrevino la muerte de Néstor, la consecuente llegada a la presidencia de la Nación y las elecciones del año pasado, con el ansiado 54 por ciento de los votos. El éxito fue celebrado con alegría pero los problemas habían crecido exponencialmente, la batalla contra la libertad de prensa y el enfrentamiento con Clarín se hizo desgastante para el kirchnerismo y la selección de candidatos fuera de la estructura partidaria -es decir, sin consultar a las bases peronistas- puso en marcha un creciente malestar, incontenible, aún sordo y simulado, incluso por los preocupados gobernadores. El “modelo” se agotaba.
Sin embargo, el mismo Laclau terció desde Londres y propuso abiertamente la reforma de la Constitución Nacional. Lo demás es bien conocido: los problemas económicos comenzaron a descontrolarse, las peleas internas se agudizaron a expensas de las palabras autoritarias que, con su capacidad histriónica y de oradora, Cristina lanzaba hacia una opinión pública que aguardaba y aguarda soluciones. Hugo Moyano interpretó la debilidad del momento, se puso en pie de guerra y enfrentó a la Presidente, algo inaceptable para el cristinismo que ya había nacido y se mostraba como algo distinto con aspiraciones propias. Los grandes sueldos de los jóvenes camporistas que no conocieron la guerra de Perón contra la guerrilla ni el apoyo popular a esa lucha contra el marxismo, produjeron una irritación contagiosa y progresiva. Los escándalos judiciales con Oyarbide y Zaffaroni a la cabeza -encargado el segundo de redactar las bases para la reforma constitucional con la reelección indefinida- se sumaron a la estafa de las Madres de la Plaza de Mayo, a la agresividad de Hebe de Bonafini, a las denuncias de Sergio Schoklender y a una cadena de escándalos no resueltos -el de Ricardo Jaime, por ejemplo- que a medida que permanecen en el escenario, muestran una trama de curiosas conexiones que cuestan a los argentinos miles de millones de dólares. El caso de los hermanos Cirigliano, comprometidos con la administración de varios ferrocarriles y sociedades tejidas con el oficialismo, amplió en cascada las consecuencias emocionales producidas por la tragedia del Sarmiento en la Estación del Once. Los subsidios seguían un camino propio y la difusión de los escándalos se incorporó a los 51 muertos inocentes, a los centenares de heridos y a los justos reclamos de parientes y amigos indignados. En síntesis, un conflicto muy difícil de superar y que requiere algo más que explicaciones que, además, no llegan. Cristina, agobiada, perdió el rumbo, se llamó a silencio y no se hizo cargo de sus responsabilidades. La gota que rebalsó el vaso fue la publicación de los nombres de los íntimos amigos y socios del vicepresidente Amado (Boudou) en una danza de millones que no mereció una mínima explicación. “El que calla otorga”, dice el refrán, y a esta altura de las circunstancias, el trovador oficialista está instalado en el centro de una crisis que ya es institucional. Hasta podría decirse que ya está algo más allá de la moral y forma parte de un proceso político de difícil salida… si es que la tiene.
Cristina lo intuye. Si las culpas de Boudou crecen, la abrazarán con firmeza y se convertirán en suyas, sin explicaciones posibles y, aunque se logre dominar el Congreso para impedir que éste defenestre al vicepresidente, será muy difícil gobernar con ese peso muerto, donde los gobernadores tendrán una vía para expresarse de algún modo. Pero… ¿Qué sucederá si el rockero amenaza con hablar para mantenerse en el cargo…? ¿Qué ocurrirá con sus amigos, que invirtieron en departamentos, barcos, viajes, automóviles y otros componentes de una vida rumbosa, amén de numerosos beneficios, para cerrar, entre otros, el negocio con la calcográfica Ciccone, que tanto nos recuerda a Yabrán, también interesado en la fabulosa operación de los DNI y los pasaportes, ahora “para todos”? El fantasma del entrerriano presuntamente muerto flota por encima de este inmenso negocio sobre el que habrá que volver.
Agotada, Cristina entendió que su operación de tiroides, fallida y bochornosa, es otro factor que hace descreer de cualquier maniobra distractiva que se intente. Lo ocurrido recientemente con Malvinas es un claro ejemplo de este inmanejable estado de cosas que, en vez de abrir, cierra los espacios para poder actuar. Así lo entendieron los promotores de la drogadicción que, de la mano de Aníbal Fernández, lanzó desde su banca del Senado, el proyecto para la despenalización de la tenencia de estupefacientes. Los escándalos que dinamitan la estabilidad del Estado Argentino sirven al menos para distraer a la opinión pública, cuyo rechazo a esta medida puede pasar inadvertido. Además de la corrupción organizada desde el poder, ahora tendremos drogas “para todas y para todos”.
La Presidente quiere adquirir una personalidad propia y la jefatura de una organización política manejada con cheques y cargos públicos que terminan con rotundos fracasos; recurre entonces a los psicofármacos para sostenerse y, exactamente igual que Néstor, no acepta las advertencias sobre la peligrosidad de su estado y desaparece de la escena a la espera de una solución mágica. Igualmente, esto forma parte de su enfermedad y así podrán testimoniarlo quienes debieron prepararla para su viaje y discurso en Rosario cuando se rindió homenaje al General Belgrano, a quien ahora lo llaman “Doctor”. El cúmulo de ejemplos se agrupa hora a hora y se derrama sobre los argentinos. En consecuencia, caben otros interrogantes: Si renuncia por razones de salud… ¿Qué sucederá con Boudou, quien además de los cargos que enfrenta carece de fuerza política propia? La señora Beatriz Rojkés de Alperovich, mujer del reelecto gobernador de Tucumán, ¿podrá ejercer la presidencia de la ex República en su carácter de titular Provisional del Senado? La senadora es una mujer inteligente, de influencia en la comunidad judía y muy vinculada dentro y fuera del país. ¿Tendrá fuerza suficiente para contener la crisis y convocar a elecciones…? ¿Sabe a lo que se enfrentaría? La sola posibilidad de este camino que comentamos, con tantos componentes explícitos e implícitos, marca la profundidad de lo que sucede en un país sin timón.
La “mesa chica” de los íntimos que rodean a Cristina Fernández se ha reducido notablemente y hasta Máximo opina sobre eventuales cursos de acción. Anteayer mencionamos las tensas confrontaciones registradas en la residencia sureña de Cristina, confrontaciones que dejaron huellas sensibles en el ánimo de los protagonistas y el convencimiento de que cada vez más se estrecha el margen para tomar decisiones que nadie encuentra. En su reemplazo, se ha recurrido a la remanida opción de descubrir un complot -el último en hacerlo fue Ricardo Alfonsín antes de salir eyectado de la Casa Rosada gracias a su fracaso-, con un largo listado de militares retirados y civiles que tuvieron presencia pública (de paso, algunos periodistas) a quienes se acusaría de conspiración. Incluso no faltó quien recomendó incluir algunos uniformados en actividad para vestir mejor al proyecto en ciernes. No todos son partidarios de esta vía sostenida sólo por quienes no tienen la percepción de la gravedad de los momentos que se viven. Desde la izquierda más activista se preparan para este divertimento sólo comparable con los efectos desastrosos que provocan los psicofármacos. Ya no hay discursos ni maniobras que den respiro y además… ¿respiro para qué…?
Carlos Manuel Acuña
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