Inventos kirchneristas
EL PERIODISMO MILITANTE
Una de las confusiones miles que acarrea el kirchnerismo, y no sólo por su malicia ingénita sino por su indómita burrez, es creer que solito él y sus “intelectuales” han descubierto el Mediterráneo y la pólvora.
Así fue que un día —después de ser beneficiarios, socios y parte activísima del mismo— descubrieron la malhadada existencia de un monopolio periodístico. Cierta especie de gran conspiración multimediática dedicada a informar a piacere, a hacer lobby político en las mayores escalas posibles, y a rascarse según el grano que interesadamente le picara en cada voltereta de nuestro zigzagueante devenir.
Es una vaina que no nos corre, queremos que conste. Y es un “hallazgo” que hace largas décadas fue hallado, toda vez que el Nacionalismo nace a la acción pública denunciando en soledad el complot de los mass-media contra la verdad. La historia nacionalista es asimismo la de sus innúmeras protestas —en carácter de víctima— frente al mito grotesco de la libertad de expresión, cómodamente asociada a la libertad de lucro.
¿Qué asombrosa novedad es ésta de detectar una prensa canalla, unos plumíferos ubicuos, unos pendolistas fenicios, unos escribas harapientos de ciencia y de coraje, unos cronistas incoherentes y mendaces o una partidocracia llena de dobleces? Barata osadía la de cazar jabalíes vivisecados. Notable acuidad la de advertir oportunistas en el mercado de los tránsfugas, siendo uno de los dueños y accionistas del mismo.
Cuando por razones económicas antes que ideológicas, la entente monopólica se quebró, el kirchnerismo fabricó su propio acaparamiento multimediático, de la misma naturaleza del que decía horrorizarse, y en substancia, de la misma ideología. Sí; de la misma ideología revolucionaria, naturalista, laicista e inmanentista y, sobre todo, crematística. La pelea que fingen disputar es una reyerta entre modernos; una carrera de roedores, para ver quien usufructúa más los compartimentos del albañal. La diferencia entre “Clarín” y “Página 12”, por poner algún ejemplo, es la misma que hay entre la maja vestida y la desnuda. Una conserva un poquitín de pudicia. La otra es promiscua. Pero ambas son una sola persona que posan para el mismo pintor, adornan el mismo museo y, llegado el caso, se vendieron juntas al mismo merchandising.
No es necesario repasar a Dostoievsky para saber que los engendradores de los socialistas son los liberales, y que entre demonios no hay grandes cornadas, aunque suelen darse con las astas para llegar primero a la misma presa.
Por eso es escandalosamente cínica la queja kirchnerista contra los monopolios periodísticos y financieros: no otra cosa son ellos. Y es escandalosamente cínica la queja liberal sobre la presunta ausencia de la libertad de expresión; porque ella abunda, contamina y atosiga, conforme se lo enseñaron e impusieron los diablos mayores a sus propios acólitos, así fueran un poco insolentones. Las “corporaciones” de las que se lamentan los Kirchner, ellos mismos las fabrican y conforman, indecentemente. Las libertades cercenadas de las que se quejan sus opositores, no son los frutos de la Verdad, conforme al Evangelio, que esos sí están arrancados. Son los beneficios para seguir negociando con hartura.
El segundo “descubrimiento” kirchnerista es el del periodismo militante. El cual, al parecer, debe preferirse incondicionalmente frente al que practica el resto del género humano. Preferirse, autopremiarse y ponderarse sin par.
Tampoco esta vaina servirá para amedrentarnos. Nacionalismo y periodismo militante son sinónimos, y quien quiera hallar testimonios de nuestro repudio a los grandes medios —posen de neutros sin serlo, o de voceros explícitos de cualquier facción— los hallará con generosa abundancia.
Nunca preferimos ni ponderamos la pseudoequidad, y nunca la hallamos ni la pedimos tampoco en la vereda de enfrente. Porque no ha habido ni hay peor ecuanimidad que la de los profesionales de la asepsia, así como no hay mejores elogios y alicientes que los repudios de los enemigos. Hace poco, por caso, en el nº 674 del 2 de junio, la revista oficialista “Veintitrés” (¡cómo les gustan los número$$ a los kirchneristas!), recordaba una tapa de “Cabildo” del año 1983, llamándonos “la derecha retrógrada y ultramontana”. Qué alivio. Creíamos que nos tenían olvidados.
Pero aquí también, como en el caso anterior, el cinismo campea chuecamente y la hipocresía lo domina todo. Porque la declamada militancia kirchnerista no es tal, ni remotísimamente hablando. Es oficialismo rentado, ventajoso, comodón y muelle. Es política de Estado, con dispensiosos subsidios, anchos sueldos y agentes de seguridad para velar por sus regadas asentaderas. Falsos militantes sin riesgos ni hazañas, y a faltriqueras llenas, estos periodistas e intelectuales “K”, son la contracara de lo que alguna vez se pudo reconocer con respeto, de un lado y del otro, como compromiso político épicamente asumido. Burgueses repletos e ignorantes: no pasan de allí.
Sépase algo; o recuérdelo el bien intencionado. En octubre de 1986, “Cabildo” sacó su Cuaderno nº 2, titulado “Mil días de periodismo subversivo”. Era el mismo un minucioso trabajo de investigación de las redes periodísticas, liberales y marxistas, al servicio del caos. Un elaborado informe archivístico desenmascarando militantemente la acción monopólica y corporativa del periodismo de los ruines. En la misma línea del sinfín de fortísimas denuncias publicadas durante los años setenta contra los negociados de Graiver, Martínez de Hoz y sus múltiples socios políticos.
Y bien, adivine el lector de qué medios procedían, o en qué medios —además de los propios que fabricaban al rolete— trabajaban esos periodistas explícitamente enrolados en las mismísimas lineas ideológicas que hoy defienden “los Kirchner”. Pues exactamente en los medios a los que ahora apuntan su índice para sindicarlos como cómplices del Proceso. Adivine qué antecedentes laborales y profesionales exhibían los directivos, colaboradores, columnistas, corresponsales y personal técnico y administrativo de este protokirchnerismo multimediático. Pues todos ellos habían estado o estaban ligados a idénticos aparatos empresariales e ideológicos a los que al presente sindican de cómplices del “genocidio”, de la apropiación de nietos y otros cargos similares.
Adivine el lector algo más. ¿Quiénes fueron los que nos cubrieron de querellas, acciones legales, agravios, persecuciones, amenazas y dicterios por el pecado de leso periodismo militante al servicio de la Nación? Sí, claro; los que hoy se llenan la boca blasonando de la militancia periodística como la única alternativa válida para tomar una pluma. Si hubiera espacio aquí, la larguísima reproducción de la nómina haría caer de bruces a unos cuantos. Coinciden los nombres, los tópicos, los embustes, los fraudes, las caras, las estafas y las maniobras ignominiosas.
Hay un tercer “descubrimiento” oficialista, pero quedará su consideración para otra vuelta. Y es aquel según el cual, Michel Foucault o Jacques Derrida fueron dos kirchneristas; del conurbano el uno, santacruceño el otro, que le entregaron al gobierno una especie de saber iniciático para el perfecto dominio del análisis del discurso. Algo así como Milanesas y Constructivismo para todos. De resultas, seis, siete u ocho patanes puestos a desnudar las incongruencias e imbecilidades de la clase política nativa; esto es, de la mierda, sicut dixit el stil nuovo del cabezón Duhalde, son autoconsiderados como próceres de la semiótica o genios temibles, sólo doblegados por Ercilia Sabajanes o Beatriz Sarlo, cuña de su mismo palo, palo del mismo gallinero y gallina de la misma pipirijaina.
Es que en el lodazal kirchnerista, si se nos perdona el porteñismo, sucede lo que vaticinaba el maestro Celedonio Flores: “cualquier cacatúa sueña con la pinta de Carlos Gardel”.
Antonio Caponnetto
Revista Cabildo.
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